jueves, 29 de diciembre de 2011

Jamás.

Faltan menos de 2 días para fin de año, un año que empezó como la mieeeeerrrda, pero que termina mejor de lo que yo podría haberme atrevido a imaginar.

Para ser uno de los último días del año, no es que haya cambiado mucho mi rutina pelotuda.
Tomo Sprite exageradamente. Salí con las chicas a boludear por ahí y terminamos comprando ropa, no entiendo cómo puede ser que haya podido vivir tanto tiempo sin guantes y gorrito con el frío del orto que hace. 


Hace 7 horas que no le veo, hablo con él pero no estoy con él, me siento triste. Soy una enferma. Solamente son 7 horas Sofía. Pero bue, igual si lo extraño es por una razón evidente...
Hoy, por alguna razón estratosférica me dio por ordenar el cuarto.
Increíble.
No recordaba tener una mesa ni una silla en mi cuarto, ahora tengo piso donde pisar, y no una moqueta a base de ropa sucia. Ah soy un asco.
No sé por qué pero empecé a doblar una remerita limpia que me puso en la cama mi vieja como diciendo "o la doblás o no dormís" acompañados de toneladas de ropa interior recién lavada.
Lo tomé como una indirecta. Mi cerebro también.
Y de ahí me vinieron las ganas. Ahora miro a mi alrededor y hay un vacío existencial de mugre, extraño mi mugre. Nah mentira, extraño el desorden. (risa que termina en tos)
No sé no sé, llegué a la conclusión de que ahora me gusta más la Navidad, gracias a él.
Cumplió su promesa de no decepcionarme como hizo el año pasado, que ahora no vale la pena mencionar el por qué. Lo importante es que sé que cada día le quiero más, es algo que ya no depende de mí, es superior.
El 24 a la noche tomé un tren hacia la casa de su hermana donde estaba su familia y él incluído. Cuando llegué, con la mochila llena de regalos y con la ilusión de entregarlos, lo que más me alegro de todo fue verlo después de unas cuantas horas de estar separada de él. No entiendo cómo no me di cuenta antes, darme cuenta de que lo único que necesitaba era verle, que no me interesaba nada salvo poder sentir el calor que desprende cuando me abraza y ese cariño con el que me trata.
Nunca imaginé que llegaría a llorar por un regalo de Navidad. Tampoco imaginé que él llegara a regalarme todo lo que me regaló, incluído el mejor regalo que me podía imaginar. Cuando abrí su regalo no pude evitar soltar una risita nerviosa y llorar. Llorar como una pelotuda. Pero no podía hacer otra cosa. Eso es lo que debe pasar cuando una situación buena te sobrepasa, que todo lo que te importaba pasa a un segundo plano y que el hecho de que él se haya tomado el trabajo de estar ahí, de soportarte, de quererte, de respetarte, de aguantarte y acompañarte, se haya materializado en un instante, único.
No sé cómo agradecer el esfuerzo de su familia y el suyo por haberme regalado, además de los regalos materiales, la confianza de compartir con ellos momentos en familia, son ese tipo de cosas que no puedes agradecer por miedo a que te traten de demente.
Muy a mi pesar era de ese tipo de personas que creían que el amor era simplemente un invento para San Valentín, en que las parejas fingían siempre estar felices, que todas esas sonrisas no podían ser del todo reales y que los corazones no eran más que puro marketing.
Hasta que le encontré.
Hoy por hoy no puedo decir que ya no crea en el amor. Creo en algo mejor. Creo en la paciencia, en el esfuerzo, en las tristezas que de vez en cuando hay que pasar para llegar a ser completamente feliz, aunque sea sólo durante unos instantes. Pero esos instantes son lo que le dan sentido a todo.

Cada una de las lágrimas derramadas, cada una de las peleas, cada uno de los nudos de bronca, cada uno de los minutos de espera, cada uno de los intentos de dejar atrás todo lo que dolía, cada unos de los errores cometidos, todo, absolutamente todo valió la pena para estar contigo como lo estoy ahora.
Nos juramos que estaríamos ahí en las buenas y en las malas, en las mejores y en las peores, por eso estoy aquí, porque no creo que nadie te quiera de la manera en que lo hago yo, ni que nadie lo consiga jamás.